lunes, 28 de junio de 2010

Juatarhu Fest 2010: Donde caben dos, caben tres...


por Toto

I.
Sábado 19 de junio, uno se levanta con un nerviosismo mas leve, ya es el tercer festival, uno ya sabe que hacer, a donde ir, a quien hablar...

Ya con el equipo desarmado y metido en la siempre fiel ballena (candidata al premio Nobel de la Paz), fuímonos al Ex jesuita, que se veía aún amodorrado, inocente, esperando a que el cielo echara raíces en su explanada.

Mientras unos nos quedábamos en la explanada a esperar a los artistas y vigilar el proceso de armado del escenario, otros se dirigieron al vivero a cargar los mas de 200 arbolitos que serían ditribuidas entre el público. Después de un rato, ya con el escenario a medio armar, apareció Ictus, guitarra en mano, admirando el sobrio colegio jesuita, y preguntando dónde había algo de comer, tras él fueron llegando el resto de los artistas, todos con la mirada puesta en aquel monstruo apacible que se iba alzando poco a poco delante de un abuelo pino, que se sabía gran anfitrión del evento.


En los camerinos se respiraba cordialidad y buen apetito, la gente entraba y salía, se vestían, se cambiaban, comían, reian, platicaban e intercambiaban sonrisas de nerviosismo.

Durante la prueba de sonido la gente comenzaba a acercarse con curiosidad y de paso a acomodarse en el verde césped, eso unos, otros se acercaron a las cabañas que fueron habilitadas como sala de lectura y galería de artes visuales, respectivamente.


Había llegado el momento, ese momento en el que se respira el aroma que anuncia el comienzo de algo extraordinario, a las 6 de la tarde en punto, daba inicio el festival.

II.
Es difícil abrir un festival, agarrar al público fresco, con la mente en blanco. Esto fue lo que vivieron las chicas de Juatarhu Danza, que cubiertas de barro y acompañadas por la música de su servidor y su muy estimado padre (y fótografo) le arrancaron el primer gran aplauso al pequeño público que se iba dando cita en la verde explanada del antiguo colegio jesuita, con un último abrazo, corrieron al interior del museo.


Tocó el turno entonces a Ictus, del Distrito Federal, un veterano de mil batallas que, enarbolando senda playera de los pumas, nos regaló mas de una carcajada con la aguda sátira y el sentimiento de protesta que estaban siempre presentes en su trova. Nos hizo levantar el pecho y asentir con vehemencia y convencimiento. Desde el principio aquello se estaba volviendo grande...


Llegó el momento de M Band, banda formada 15 minutos antes por esos dos entes conocidos como Toto y Ramón Merino y un gran invitado, Erick, venido desde las lejanas tierras de Jiquilpan, Michoacán. Desde allá arriba le regalamos como ofrenda al público media hora del mas puro y bello palomazo, directo desde nuestras entrañas hasta sus oídos.


La gente iba y venía, arbolito y libro en mano...


Subieron entonces al escenario Ánhakath, banda venida desde el Distrito Federal, mismos que fueron poniéndole el sabor eléctrico a la tarde, que empezaba a convertirse en crepúsculo, tocando el famoso tema tradicional El Son de la Bruja, que fue coreado por los asistentes, con la sonrisa cada vez mas marcada en el rostro.


Para el momento en el que nuestros viejos amigos los Beating Souls, de Ecatepec subieron al escenario, la explanada ya estaba llena de jóvenes de todas las edades (de 0 a 200 años) que empezaban a entonar las melopeas características de un público eufórico, en una experiencia mística. Aquel lugar ya no era el sobrio y frío edificio, era el umbral entre lo real y lo fantástico. Los Beating, con sus agudas improvisaciones y la atmósfera funky de su jazz fusión, fueron abriendo cada vez mas el umbral, en el cual todos ya estábamos bien metidos.


Ya cuando había caído la noche, Cardiela Amézcua presentó su obra Réquiem por un Bosque, un trabajo de experimentación escénica y proyección corporal, e hizo que la eufórica mas ahumana guardara silencio, embelesada.


Fue entonces cuando se abrió paso a la parte ruda; otros viejos conocidos nuestros, Cruel Amanecer, de Zitácuaro, tomaron el escenario y lo convirtieron en un festín de riffs pesados, baterías rápidas y voces potentes. El slam no tardó en aparecer, la gente que hasta ese momento había estado quieta, se removía inquieta en un baile que parecía bien ensayado, todas las mentes eran una.


Y ya cuando las rodillas flaqueaban, vino la banda estelar, los eternos colegas de Mictecacíhuatl, la banda de metal de casa. Fue un estallido, escalofríos recorrían las espinas cmo bólidos, las cabezas se agitaban y los pies corrían sin cesar. La cereza del pastel se dió cuando Yaotl, el pequeño hijo de Hackobo, integrante de Mictec, subió al escenario para compartir los últimos riffs con su padre, poniendo en claro para siempre que esto de Juatarhu Fest es para todas las edades.


Se tocó la última nota justo a medianoche, se hizo el silencio, el gentil gigante de hierro fue desensamblado, llovió a cántaros, los ojos se cerraron...el festival había sido ya.

III.
El día siguiente, los Juatarhu acudimos a las cabañas del CREA para desayunar con los artistas, quienes se ven ojerosos y harto felices por la desvelada. El huevo con chile y frijoles nos sabe a gloria. Los artistas quieren más de Pátzcuaro, asi que los llevamos a dar un recorrido alrededor del lago, un viaje llenos de bromas y fotografías de caras lívidas. Si algo quedó bien claro...es que lo vamos a volver a hacer.










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