domingo, 14 de febrero de 2010

Juatarhu Fest: Le tour de force.

Por Toto

I.

Tengo que decir que dormimos bastante bien la noche anterior, como previniendo la vorágine que se avecinaba tras esas semanas de ensayos, de contactar artistas, pegar carteles y vociferar a los cuatro vientos (y a todos los demás) que se aproximaba el evento mas enorme que haya llegado jamás a Eronga.

Cogimos un taxi desde la cueva (espero algún día tengan el gusto de conocerla) hasta el autobús que nos habría de llevar a Eronga, cargando mil fierros y algunos leños para atizar el fuego del escenario. En el autobús nos esperaban ya algunos conocidos, desde el buen Noctis, siempre cigarrillo en mano y sus camaradas del colectivo Chac Mool hasta los miembros de la banda Macehual quienes se veían algo desvelados. Abordamos y tras un breve y cómodo trayecto llegamos a Hurich Ecoturismo, lugar donde se iba a establecer el campamento. Había pocas nubes en el cielo, por lo que el sol nos abrasaba gentilmente la nuca.

Al cabo de un rato llegaron los demás juatarhus a bordo de la heroica ballena, misma que fue llenada a reventar con los instrumentos de las bandas y algunos miembros de ellas y llevada hasta el salón Amado Nervo (me pregunto que diría el maestro si se enterara, jajaja), que esta día iba a servir como camerino gigantesco, bufet y salón de convivencia para toda la fauna que se iba a dar cita en el festival.

El equipo de sonido aun no estaba armado y la gente empezaba a llegar, con rostros curiosos a la plaza. La tensión crecía, se olía algo extraordinario. Mi cabeza daba vueltas al correr de un lado al otro de la plaza para verificar todo, desde la batería que yacía taciturna en la pérgola (como anticipando una buena paliza) hasta que Ivan Holguín tuviera dónde colgar su gigantesca foto.

Los juatarhus nos reunimos para brincar en un curioso ritual de iniciación que envidiarían los mas experimentados chamanes y entonces supimos que ya era la hora. Todo estaba puesto. Todo mundo estaba presente. Era la hora.

II.

El festival comenzó con una charla de Thiuime. Ya en el ocaso fue turno de La Vaganzia abrir la parte musical del festival, quienes con su estética punk de "hágalo usted mismo" comenzaron su actuación con la rotunda y sincera advertencia de que no habían ensayado en un buen rato, cosa que provocó algunas sonrisas entre el público. Tras aproximadamente media hora de estridencia desenfadada y letras incendiarias fue el momento del deathcore de Nobody Can Help Us (paradójicamente, ayudados por todo mundo), viejos conocidos nuestros, quienes llenaron la plaza de ruido con sus potentes growls.

Ya completamente de noche la plaza se sumió en silencio mientras el grupo de danza La Barbacoa jugaba con una tela como si de nuestras mentes se tratara, seguidos por el ambiente bohemio transmitido por el repertorio acústico de HIROS Rock Project (y la no tanta de su servidor).


El aplauso mas fuerte de la noche resonó al concluir Margarita Alanís su actuación. Las caras entre atónitas y maravilladas de la audiencia daban a entender que ALGO realmente estaba pasando. Fue entonces turno de Beating Souls, quienes con la frescura de su jazz fusión le dieron el toque funky a la noche y encendieron al público, quienes repetidamente vocearon la "otra". Manuel Noctis (reitero, cigarrillo y chela en mano), emisario de Clarimonda, leyó con vehemencia un cuento semi autobiográfico (imagino yo).

Llegamos entonces al escenario los anfitriones, MYT. Many, miembro de Juatarhu y baterista aporreó sus tambores como si no hubiera mañana. Yesa, guitarrista, logró que el ruido se volviera ternura. Y Toto (su humilde narrador) hizo toda clase de artimañas para provocar el aplauso, provocado por la ardiente alma del mezcal, desde bajarme del escenario (o por lo menos intentarlo) hasta brincar como poseído. Acabamos nuestra actuación sudorosos y felices, con los miembros entumidos y con el zumbido incesante de la resaca que deja el último acorde tocado en los oídos.

Mictecacíhuatl nos puso a mover la cabeza con la rudeza metalera de sus canciones mientras Hackobo, su guitarrista, nos incitaba a darle la vuelta y sacudir a la plaza y hacer slam hasta que nuestras entrañas quedaran embarradas en el suelo. Por lo menos yo le obedecí.

Ya al final y de madrugada, cuando nuestras rótulas colgaban, llegó Macehual, quienes nos hicieron salir de nuestro cansancio y bailar otro rato respirando jubilosos los vapores que exhudaba de la gran masa humana que se mecía de un lado a otro.
Y entonces terminó. La plaza se fue quedando vacía y silenciosa de nuevo. Nos fuimos a dormir ya dormidos y jurando volverlo a hacer. Pronto.

III.

Día siguiente. Los párpados detenidos con imaginarias pinzas para la ropa. Carne asada. Comentarios favorables. No recuerdo muy bien. Fue un verdadero tour de force.

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